jueves, 23 de abril de 2009

No fueron muchas cuadras, pero cuando venia para acá, me puse anarca un rato.
Y no perdonaba a nadie
que usara auto, se tiñera el pelo, tuviera un carrito y/o bebé en brazos.
Me parecían todos sucios, empastados de la grasa de los engranajes. Nunca vamos a ser tan ricos como a los que enriquecemos, rezaban una y otra vez. El rezo era apenas un susurro entre los dientes, pero casi no había resquicios de silencio en sus bocas. O susurraban, o parloteaban con algún otro; siempre cabizbajos. Los taxis me parecían en especial hijos de puta (si ser eso significa dar asco, repulsión; y gozar por causar eso).
Y yo era un engranaje más, trabajando para pagar
deudas que contraigo por ser un engranaje, una ruedita en un reloj pulsera
cualunque y vetusto.
Y mis ojos soltaban gotas de fuego
y mi garganta era la boca del volcán. El cráter pústula herida
de lava exhalante.

Mi ira es mi verdad cuando nadie quiere oírla.
¿quién puede creer en algo en lo que nadie nunca más creyó,
y no prenderse fuego?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay unos críticos de la literatura que hablan de la "desautomatización de la percepción", que es lo que supuestamente se da al leer poesía. El asunto es que es obvio que también se da en la vida cotidiana, lo cual, como acabo de leer, está bien.