miércoles, 18 de agosto de 2010

Desayuno para norte y sur

Aquí y ahora.
Una pequeña mesa cuadrada de buena madera, de buena hechura Sólida en sus cuatro patas flacas sobre el suelo. Ningún bamboleo, ningún traqueteo de pata clueca Un tablón (de muchas tablitas y un contorno) bien alto (suelo recto más silla bajita, sí, también), a la altura del pecho, el mantel, el papel, el mate, marechal (¿a qué altura estará el recuerdo de aquel sureño que dormía?)
¿Qué pasa en el sur que las chicas no sueltan nunca esa llanura seca de neuquén y los chicos no despiertan nunca de la nieve? ¿Qué pasa en la frente y en las manos de las madres del sur?
¡Mi madre sin raíces era tan bella! Me acicalaba el pelo como a una joya. De grandes nos hacía reír su recuerdo melancólico: ¡cuando yo te peinaba! Los estropajos adolescentes no pensaban.
Mi madre me alisaba el pelo con su amor férreo, un amor de coral como los peines, hasta hacerlo brillar Se entrecaían adormecidos mis párpados en su letargo tibio sin lugar.
Qué diosa mi vieja, pensar que estaba ahí y yo miraba para adentro. Nos llevaba de acá para allá, nos defendía como fiera de lo que la hacía enojar Hervía el puchero en esa olla que chillaba y yo la veía pasar, de fuego y madera, de cristal y de tierra, como si fuera una gacela en el ande… no sé… de un buey Ella era como una gran maceta (el árbol sin transplantar) y nosotros los almácigos ¡nos tambaleábamos ahí arriba! Había algún elemento de terror en caerse Pero qué lindo era, siempre ella, en todos tus pesares, en tus corridas eufóricas, en las muñecas nuevas. Mi vieja me preparaba las mamaderas para las muñecas Yo las dejaba pudrir en la mímica inorgánica del juego.
Ella las rescataba y lavaba el pegote pringoso varios días después Y me enseñaba ¿Ves? La leche se hizo ricota.

Amable mecánica del tiempo

Este es el tiempo
cuando la luz era nomás
una compulsión asesinada (un ratón eléctrico en una rueda fija)
una alucinación para los ciegos los desterrados los no nacidos
una máscara riente sobre los rostros de la muerte
la fantochada de los bufones tristes

El sol como una ballesta vacía,
adentro en la boca hilarante
deberán sangrar realmente las llagas de la noche

jueves, 5 de agosto de 2010

Anotaciones sobre la muerte

I
La florida muerte de los pobres,
la sobriedad de los muertos ricos

II
El tenaz intento de olvidar
sublimado en altos muros que dividen la ciudad
de los sepulcros

III
Los santos de muchos credos

IV

¡La muerte que sigue sucediendo!

V
La similitud sugerente
en la estética de las tumbas
y las vidrieras

VI
La rara cosa que es la muerte de un niño

VII
Un pozo rectangular hecho en el barro
donde cabe cómodo mi cuerpo
¿o dónde quepo justo yo?

VIII
Las huellas junto a la tierra revuelta (en las tumbas de las flores frescas)
¿Serán las huellas de los que fueron derecho a casa
y ya entran llorando al túnel del olvido?

IX
Los hedores de la carne,
la desfachatez de un hueso

X
La vida que sigue sucediendo
(pero el mejor silencio
susurra en los cementerios)

XI
La obstinada embriaguez de los amigos entrañables
que estampan telegráficas desmesuras en las placas funerarias

XII
La muerte bataclana que a todos seduce al final

XIII
la muerte ajena que nos duele
a todos por igual

la muerte propia
que a todos aterra más que a nadie

XIV
La muerte que no escapa ni a las deudas.
Las miniaturas del amor.
Los poetas
haciendo como que entienden

XV

esa cosa sin nombre
la muerte del hijo

XVI
El amor aturdido
por el cachetazo del despojo,
El negligente rechazo a las partidas
¿Por qué nadie dice jamás
Me encantan las despedidas?

La casa de la suelta

En la casa de la suerte nunca es un pelo en la frente:
son arañas
Los ruidos en el techo,
lauchas

las breves sombras por el suelo no son hojas secas
son cucarachas

Será que hay espacio para todos
será que el silencio es sólido como la leche
blanco, fresco,
y luminoso

será que alguna nube panzona
nos llovió la señal en la losa
y nos dejó, ladrillos marcados
goteras cantantes
para guiar
para llamar a los incómodos