miércoles, 6 de enero de 2010

Hechos I
Vivo con miedo, se dijo, Es mi sensación más auténtica, esa dureza pegándome los huesos a la carne, y a la piel... se detuvo pensativo. Buscaba.
Ese pensar por duplicado. Vivo bajo la opresión del miedo (me da más miedo todavía juzgar que he perdido el tiempo vivido así). No sé si sea un error de medición, pero no puedo distinguir nada más intenso, más inconfundible a cada momento, que esa rígida incomodidad, el aplastamiento del miedo. Esa desilusión constante, ese grisarse de todas las cosas que me despoja de repente ante un instante cualquiera hundiéndome en la desolación del terror, la convicción de que en un breve olvido podría matar a alguien, o alguien matarme a mí, lo que sea. La lluvia podría mojarme mientras camino, avergonzándome con cinismo. Lo más morboso, lo más extraño, sin limites de variedad o tamaño.
Tengo siempre miedo.
Tengo siempre unas ganas dolientes de estar haciendo las cosas distinto. De no haber dicho lo que acabo de decir, de no estar ahí sentado, expuesto al porvenir. Preferiría estar atado, preso, donde el minuto siguiente no pudiera traerme más que dos o tres cosas, un rango reducido de posibilidades... Lo que sea para que no pueda ponerme en peligro, y no dependa de mí, de una especie de fuerza de voluntad de que debo hacer uso (supongo, sin estar seguro) para sobrellevar el ahogo, cada vez que me visita esa sensación del tiempo echado a mis pies, amenazante, rogando ser arruinado, perdido, destrozado en otra historia mediocre, en otro lapso más de vida sin sentido, chato y hediondo como el cadáver de un perro en literal desaparición sobre la ruta, aplastado incansables veces bajo el ardiente sol de enero.

Qué debe hacerse con el miedo? Por qué me siento así? Por qué deseo desde siempre otra cosa de lo que tengo, soy, hago o pienso?

Jamás dudo del miedo, jamás podría confundirlo, aparece transparente, puro, y sé perfectamente que es él, otra vez sumiéndolo todo alrededor en su jugo aceitoso, como de serpiente. Como una serpiente enredada en la cinta del tiempo, que se estira soberbia hacia adelante. Nos mira con sus ojos poderosos, y finge saber que lo que sea que hagamos, lo haremos mal.

Miedo a la contaminación de una pureza que pretendemos adquirir o descubrir, pero que lleva un tiempo que nunca tenemos suficientemente, entre sus visitas. Y siempre es un volver a empezar, cuando su aceite nos embadurna y nos corrompe: no queremos estar limpios, no queremos limpiarnos, queremos ser puros, queremos ser perfectamente valientes, libres. Queremos ser más y más plenos, en términos generales, y en los mínimos detalles. En la gestación de cada cosa -nosotros mismos, esa voluntad bella que nada sepa del temor-, en su desarrollo y efectos.

En cambio la voluntad que ejercemos contra la ruina latente, es una voluntad corrupta, que conoce los infiernos y se le nota, trabaja con lo que hay, y no cree en el estado puro de la creación.

Palabras
Para poder hablar de cada cosa, el lenguaje inventa, patitieso e inútil, una palabra para cada extremo (malo-bueno, adelante-atrás, arriba-abajo, etc.). En medio del laberinto de gradualidades estamos desnudos y solos, desposeídos. Y queremos pertenecer. Y el miedo apretando el tiempo que nos resta vivir, parece que lo supiera. Parece que supiera que nuestra tenaz miseria siempre guarda un intento (fallido) más.

Es miedo el nombre de un extremo? No lo sabemos. Está entre nosotros y la idea de libertad. Y no queremos una carrera con obstáculos, queremos correr libres hacia cualquier parte y que en un universo puro y perfecto, cualquier dirección nos conduzca hasta ella.

Hechos II
La historia de mi vida es la historia del miedo, a todo y a todos; la historia de los intentos fallidos, de los avances en falso y las marchasatrás. La historia de los toqueteos, de los coqueteos; de los abandonos. De las preguntas sin respuesta.
Es la historia de todo eso, dejado por escrito, con aberrante ausencia de talento, en un obcecado escribir, sin releer, sin ser leído.
Es la historia de saberse sucio, y negarlo; la historia de las purezas frustradas, como un mal cuento de hadas.

Palabras II
Es la historia silente de un pequeño huerto de tierra estéril, despreciado del miedo. Donde la libertad es un plantín medio marchito; una niña violada y sola en su secreto, que a fuerza de vernos fracasar, dejase algunas veces su rincón y se acercara curiosa, sin que alcancemos a verla.

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